Líbranos del mal

7 de marzo de 1999. El día que los hinchas de Racing llenaron el Cilindro para evitar la quiebra.

Alguna vez un amigo me contó una anécdota reveladora. El sábado 22 de marzo de 2008 Racing Club recibía en el Cilindro de Avellaneda a Estudiantes de La Plata, en un encuentro válido por la fecha 7 del Torneo Clausura. Varios años habían pasado de aquel tan ansiado título de diciembre de 2001 y por ese entonces la Academia atravesaba una de esas malas rachas que le suelen ocurrir de tanto en tanto y que cumplen la función de recordarles a sus hinchas que la felicidad es algo efímero, que se escurre entre los dedos como si fuera agua. El equipo en ese entonces dirigido por Miguel Micó todavía no había ganado en las primeras seis fechas del certamen y marchaba anteúltimo en la tabla con solo tres puntos. Previsiblemente, el clima en la previa del encuentro no era el mejor y la impaciencia de los hinchas se sintió desde el puntapié inicial. Durante los primeros 45 minutos el fútbol visto esa noche en el estadio Presidente Perón tuvo la gracia y sutileza de un serrucho oxidado, pero, así y todo, el local se las ingenió para irse a los vestuarios arriba en el marcador gracias a un cabezazo de Claudio Fileppi.

En el complemento, sin embargo, pudo más la endeblez emocional de un plantel que sabía que el descenso había dejado de ser una posibilidad para transformase en una certeza casi ineludible. En solo dos minutos el Pincha dio vuelta el partido con goles de Diego Galván y Ezequiel Lazzaro y Racing se desmoronó. Lo peor llegó faltando 20 minutos, cuando el árbitro Federico Beligoy -de muy mal desempeño esa jornada- expulsó a Matías Sánchez, al Polaco Bastía y a Maxi Moralez y desató la bronca contenida de los hinchas, que comenzaron a arrojar todo tipo de objetos al campo. Al no estar dadas las garantías para continuar el juego, Beligoy dio por terminado el encuentro faltando 12 minutos para cumplir el tiempo reglamentario.

Mientras este amigo bajaba las escaleras en silencio, solo con sus pensamientos y su bronca, pudo escuchar la conversación de un niño de 8 0 9 años con su padre. El chico le preguntaba por qué seguían yendo a la cancha a ver a Racing si casi siempre perdían. Ante el inocente planteo del hijo, el padre se frenó en seco, se agachó para mirarlo cara a cara y, con la voz firme y decidida de quien está por enunciar una verdad revelada, le dijo: «Más pierde Racing, más los queremos«. La respuesta no fue en tono de reproche o reprobación, pero tuvo la contundencia de lo inapelable. El niño asintió en silencio y así siguió durante todo el trayecto hasta la puerta de salida del estadio, yéndose de la mano de su padre, como mi amigo lo había hecho tantas veces con el suyo durante su infancia. Lejos de ser una frase hecha, la afirmación de ese padre a su hijo estaba construida sobre una base empírica, ya que los últimos años de la década del noventa fueron para la Academia lo mas parecido a un descenso a los infiernos y pusieron a prueba el amor que el pueblo racinguista le profesa a los colores.

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El 4 de marzo de 1999 es una fecha que quedó grabada en la cabeza de los hinchas que hoy pintan canas. Ese día, a solo 72 horas del comienzo del Torneo Clausura, la síndico Liliana Ripoll pronunció ante los micrófonos las palabras más temidas: «Racing Asociación Civil ha dejado de existir». Un rato antes, la Cámara de Apelaciones de La Plata a cargo del misterioso juez Enrique Gorostegui había dictaminado la clausura del club y la liquidación de todos sus activos en un tiempo no mayor a cuatro meses. Gorostegui -de quien solo se conocía un retrato obtenido de manera intempestiva por un fotógrafo del diario La Nación- era, a los efectos, la máxima autoridad de la Academia desde julio de 1998, cuando el entonces presidente Daniel Lalin había presentado el pedido de quiebra. El pasivo del club llegaba a los US$65 millones, una cifra impagable en cualquier época.

Antiguo decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Lomas de Zamora, antes de desembarcar en el mundo del fútbol Lalin había tenido una exitosa carrera como empresario de la construcción y el rubro inmobiliario. Además, bajo la intendencia del polémico Carlos Grosso -aquel que en 2001 dijo «Me eligieron por mi curriculum y no por mi prontuario«-, fue el encargado de controlar las cuentas públicas de la Ciudad de Buenos Aires. Con el antecedente de Mauricio Macri en Boca Juniors, el Pelado pisó fuerte en la arena política racinguista en 1995 cuando, después de un acuerdo entre varias agrupaciones, se integró a la comisión directiva del presidente Osvaldo Otero como vicepresidente y secretario del departamento de fútbol. La mala gestión de Otero, que en 1996 puso al club en convocatoria de acreedores y pretendió privatizarlo, finalmente propiciaron el alejamiento de Lalin, quien rápidamente se transformó en ferviente opositor.

Con la promesa de sanear la economía, potenciar las inferiores, imponer una línea de juego decididamente menottista y no vender a Marcelo Delgado hasta después de la Copa del Mundo 1998, en diciembre de 1997 Daniel Lalin se transformó en nuevo presidente del club por el 50% de los sufragios de los socios, y una de sus primeras medidas fue organizar un exorcismo para expulsar a los demonios que perjudicaban al club. Quizás en la era de las redes sociales y la inteligencia artificial -que tampoco es la gran cosa, si vemos como está el mundo en 2024- este tipo de tradiciones resulten una estupidez, pero en ese momento todavía había hinchas que recitaban de memoria una leyenda urbana que atormentaba a la Academia desde finales de 1967.

El Racing Club campeón de 1966. Pasarían mas de 30 años hasta que el equipo consiguiera una nueva estrella a nivel local.

Según cuentan los memoriosos, en ese año un grupo de simpatizantes de Independiente se infiltró junto con una bruja en el campo de juego del estadio Presidente Perón y enterraron siete gatos muertos para maldecir a Racing. 1967 venía siendo una gran temporada para el cuadro blanquiceleste que, tras ganar la Primera División en 1966, había conquistado la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental, transformándose así en el primer cuadro argentino en ser campeón del mundo. Crease o no, a finales de 1967 la Academia perdió el Torneo Metropolitano tras caer 4-0 frente a su eterno rival. Lo que podría ser solo una casualidad del destino, pronto comenzó a tener visos de costumbre y, con cada temporada disputada, Racing Club caía un poco más abajo en la tabla de posiciones. El momento cúlmine ocurrió en 1983, cuando el equipo -que llevaba 16 años sin títulos- perdió la categoría y, en la última fecha del torneo, cayó derrotado frente a Independiente, que esa tarde se coronó campeón.

Se dice que, de los siete gatos sepultados, solo se encontraron seis. También hay quienes aseguran que, por consejo de otro brujo, un dirigente enterró igual cantidad de sapos, aunque estos estaban vivos y con la boca cosida. Aunque Racing volvió pronto a la primera división, y hasta se dio el lujo de conquistar la Supercopa Sudamericana 1988, los problemas deportivos y económicos fueron la norma y no la excepción. Incluso la presencia de Diego Maradona como entrenador 1995 no garantizó un cambio en la suerte y D10S apenas si tuvo un paso discreto por el banquillo del club. El 14 de febrero de 1998 fue el día elegido por Lalin para llevar a cabo la ceremonia anti mufa, aunque el presidente se cuidaba de no pronunciar la palabra exorcismo para evitar ser la burla de todo el fútbol argentino: «Esto se trata solo de un acto de fe. El hincha de Racing se merece todas las alegrías que hace rato no recibe«.

La jornada comenzó con una peregrinación desde la Catedral de Plaza de Mayo hasta el estadio en la que participaron miles de hinchas. El capellán Jorge Della Barca llevó a cabo una misa dentro del Cilindro, para luego bendecir a todos los presentes -se calculaba mas de 15.000- y al campo de juego. Acto seguido, los fanáticos realizaron una vuelta olímpica con antorchas, mientras de fondo sonaba el Himno a la Alegría entonado por el coro de Avellaneda. La presentación que el grupo de rock Vox Dei sirvió de previa para el último evento de esta suerte de festival religioso musical: un partido de fútbol. El rival elegido para el amistoso era Colon de Santa Fe. Dirigidos por el Profe Córdoba, el Sabalero había sido invitado a la fiesta como una manera de resolver un conflicto entre ambos clubes por los pases de Esteban Fuertes, Claudio Marini y Marcelo Saralegui, y el entrenador decidió llevar a un equipo repleto de pibes para que estos se fogueen de cara a la próxima temporada.

Si bien ahora no se usa tanto debido a que Racing Club ganó títulos en 2014, 2019 y en 2022, durante mucho tiempo el futbolero argentino acuñó la frase «meados por un elefante» para referirse a las cosas inverosímiles que sucedían a la Academia. Y en esa tarde noche de febrero pasaron cosas. En lo que debía ser la culminación perfecta de una fiesta pensada y ejecutada para alejar a la mala suerte, el equipo muletto de Colón le ganó 2 – 0 a los titulares albicelestes con goles de Juan Manuel Suligoy -ya hablaremos de él más tarde- y Ariel Segalla. «Quedaron mudos después del gol de Tapita Segalla, que fue en el arco donde estaba la hinchada local y estaba llena de antorchas» , contó años más tarde Hernán Suárez, uno de los jugadores sabaleros que estuvo esa tarde. En total, el presidente Daniel Lalin se gastó nada menos que US$30.000 para llevar a cabo la fiesta en una época en la que una familia tipo podía mantenerse con $1000 mensuales.

Un chiste de la época.

Sin embargo, la situación de Racing era tan delicada que ni el mismísimo Juan Pablo II hubiese podido arreglarla. A tan solo seis meses de asumir, Daniel Lalin presentó el pedido de quiebra. Aunque ese mismo día el presidente declaraba que se trataba de una quiebra con continuidad y, para no dejar lugar a dudas de que no habría problemas en lo inmediato, anunciaba la contratación de Diego Latorre, los hinchas sabían que la cosa no pintaba bien. A partir de ese momento el club pasó a estar controlado por la justicia, con Lalin, al menos nominalmente, siendo todavía un presidente residual. Esto le permitió seguir influyendo en el día a día del club y, siempre que pudo, entró en conflicto con los funcionarios judiciales, en especial con la síndico Ripoll.

Al momento de presentarse el pedido de quiebra Racing era un desgobierno total y a cada santo se le adeudaba una vela. Por ejemplo, los chicos de inferiores -entre los que se encontraban dos futuros campeones como Chiche Arano y Diego Milito- cada cierto tiempo tenían que cambiar de lugar de entrenamiento debido a que el club no podía pagar el alquiler de los distintos predios. Incluso se llegó a un punto en donde el único miembro de comisión directiva que continuaba formalmente en funciones era el secretario de prensa. Curiosamente, en el Torneo Apertura 1998 que se llevaría el Boca de Carlos Bianchi, Racing, con Ángel Cappa como entrenador, firmó una muy buena campaña. Ese equipo de Don Ángel no se caracterizaba por su solidez defensiva, pero todo lo compensaba con un fútbol vistoso y ofensivo, en donde se destacaban el Chelo Delgado, Diego Latorre y el ex-Independiente Ángel Morales.

Fue precisamente ante su clásico rival que Racing tuvo un partido superlativo y que, aun hoy, es recordado por los fanáticos con una gran sonrisa. Como visitante, la Academia se impuso con autoridad 3 -1, en un encuentro que debió ser disputado entre el domingo 23 y el miércoles 26 de agosto. Dicen las malas lenguas que, tras verse superado totalmente por el juego del rival -a los 29′ Racing ya ganaba 2-0 con goles de Delgado y Morales-, los dirigentes de Independiente mandaron a cortar la luz del estadio para detener el match cuando faltaban unos minutos’ para el final de la primera etapa. Ese mismo domingo, el vocero de la empresa Edesur anunció a la prensa que el apagón se debió a un desperfecto interno y que el suministro eléctrico en la zona no había sufrido alteraciones. En total, el equipo entrenado por Cappa sumó 33 puntos y terminó el campeonato en el tercer lugar, Todo hacía pensar que el buen momento deportivo iba a impulsar a lo institucional, pero la realidad no tardó en imponerse.

La síndico Liliana Ripoll.

Ese 4 de marzo fatídico, horas después de que la síndico Ripoll pronunciara su ya famosa y nefasta frase, Daniel Lalin se apersonó en la sede de avenida Mitre para intentar explicarle la situación a los hinchas que se agolpaban allí desde que la decisión judicial había tomado estado público. Entre los fanáticos presentes había varios chicos de las inferiores que ese mismo día habían recibido de parte de sus profes la triste noticia de que el club cerraba. En el momento en que Lalin se disponía a contarle a la multitud que «la quiebra en lo mejor que podía pasarle a Racing» un redoblante volador cruzó por encima de las cabezas e impacto de lleno en la cara del presidente, rompiéndole los anteojos y provocándoles un profundo corte en la frente. La secuencia fue captada enteramente por las cámaras de los principales canales de televisión, muchos de los cuales habían interrumpido su habitual programación para mostrarle al país la catástrofe que sufría uno de los cuadros más importantes de la Argentina.

Como sospechará el lector, Lalin tenía los días contados como dirigente, pero su renuncia efectiva se cristalizaría meses más tarde, cuando la Asociación del Fútbol Argentino -y especialmente Julio Grondona, que lo aborrecía- le soltó la mano. Tiempo más tarde, la justicia libró una orden de detención para él y el ex-presidente Juan Destefano por administración fraudulenta. A partir del 4 de marzo, el pueblo académico se declaró en estado de asamblea permanente y comenzó a golpear las puertas de cuanto personaje público que estuviera dispuesto a ayudarlos en su causa. Mientras que un grupo de simpatizantes dejó en la Casa Rosada una carta dirigida al presidente Carlos Saúl Menem -«Somos hinchas de Racing Club y le pedimos que interceda para salvar a la institución a cualquier costo. Lo nuestro es amor y eso no se compra, ni tampoco se vende. Y, entonces, el club no se cierra«, arrancaba la misiva-, Gustavo Costas y Fernando Quiroz abrieron una cuenta en un banco para juntar fondos en un momento donde la crisis económica estaba a la orden del día y el mango en el bolsillo no sobraba.

El 7 de marzo, día en el que teóricamente la Academia debía recibir a Talleres de Córdoba por la primera fecha del Torneo Apertura 1998, ocurrió una suerte de nuevo mito fundacional para el hincha de Racing Club, aunque los fanáticos todavía no lo sabían. En esa jornada en donde la pelota no rodó por el césped del estadio Presidente Perón, 30.000 personas se dieron cita en el Cilindro para gritarle al mundo que Racing Club, el primer campeón mundial argentino, desoía el veredicto de los tribunales y se negaba a morir. Obviamente no fue una jornada feliz, pues ninguna lucha está antecedida de momentos felices. Se cantó y se lloró por los colores. Se maldijo a los culpables de la debacle. Todo como una forma de expulsar la rabia contenida, la incertidumbre acumulada. Al ver estas imágenes por la tele, varios jugadores del plantel encabezados por Teté Quiroz se sumaron a la movilización en la que ya estaban algunas glorias racinguistas como el Chango Cárdenas y el Pato Fillol. A Racing lo iba a salvar su gente. Con una pequeña ayuda de los amigos, claro está.

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Carlos Saúl Menem entraba en la parte final de su mandato y los días de gloria ya habían quedado muy atrás en el espejo retrovisor. La prensa, antes adicta y bien dispuesta a resaltar las cualidades del caudillo riojano, de pronto descubría que el índice de pobreza había pasado largamente el 40%, que la actividad económica se desplomaba, que los activos de estado habían sido liquidados a cifras irrisorias, que las denuncias por corrupción ya no se contaban sino que se pesaban, que la Corte Suprema era un órgano adicto al poder de turno, que la simple noción de justicia valía nada y que, así como estaban las cosas, el país se iba a la mierda mas temprano de lo que todos se imaginaban. Sin embargo, había algunos operadores que, por verdadero amor a la causa o incapacidad para despegarse a tiempo, todavía seguían defendiendo al Turco. Uno de ellos era Bernardo Neustadt quien, casualmente, también era hincha fanático de Racing Club. «Hace diez minutos estuve con el presidente Menem. Le dije: si quiere terminar su mandato de manera gloriosa salve a Racing. Me miró fijo y me dijo: lo voy a salvar» informaba por esos días el experimentado periodista, que había iniciado su carrera en los medios como cronista deportivo y por varios años dirigió la revista partidaria Racing. Otro que se pronunció en favor de la Academia fue Eduardo Duhalde, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y -muy a pesar del Carlos Menem- el candidato peronista para las próximas elecciones presidenciales de 1999: «Racing no puede desaparecer y vamos a trabajar para que eso no pase«.

Ante la presión popular, y temiendo que el juzgado sea invadido por miles de hinchas de Racing sedientos de justicia, el 9 de marzo el juez que tenía la quiebra firmó una medida aclaratoria del fallo en la que se mantenía la liquidación de bienes, pero se le permitía al club seguir abierto. A partir de ese momento, y en una medida inédita, la justicia debía autorizar a Racing a presentarse antes de comenzar a cada fecha. El fin de semana siguiente, la Academia pudo finalmente debutar en el torneo jugando como visitante ante Rosario Central y 30.000 hinchas blanquicelestes acompañaron al equipo. Como si ya hubiesen ganado para disgustos, la fanaticada de Racing ahora debía rezar un padre nuestro todos los jueves para que les permitieran seguir participando del certamen y, de hecho, antes de la novena fecha frente a Gimnasia y Esgrima, el juez no le permitió presentarse. Durante esas semanas caóticas, entre la salida de un gobierno y la llegada de otro, el vicepresidente Carlos Ruckauf y su sucesor en el cargo, Carlos Chacho Álvarez, fueron los principales impulsores en el congreso de la Ley de Fideicomiso, la cual fue aprobada a mitad del 2000 y permitió el ingreso de capitales privados en los clubes, abriendo así la puerta para el gerenciamiento del club.

Crónica de una defensa.

Mientras el futuro del club pendía de un hilo que literalmente se deshilachaba cada fin de semana, los socios tuvieron verdaderas batallas para salvaguardar el patrimonio de la institución, entre las cuales se destaca lo ocurrido el 12 de agosto cuando un grupo nutrido se auto convocó para evitar el remate de la sede del club ubicada en Villa del Parque. Los simpatizantes se atrincheraron en el edificio y aunque hubo presencia policial, incidentes, detenidos y heridos, aguantaron los trapos y lograron su cometido. Dentro del campo de juego era imposible abstraerse del clima de caos pre-revolucionario que se vivía en los pasillos del club y el equipo fue un fiel reflejo de ello. Ángel Cappa ya era cosa del pasado -tras el meritorio tercer puesto en el Apertura 1998 este se había revalorizado como entrenador y no tardó mucho en hacer valijas y aceptar un trabajo en el fútbol español- y en el banquillo estaba un ídolo de la institución como lo era Gustavo Costas.

Con un plantel bastante limitado en lo que se refiere a la calidad, el nuevo entrenador tuvo que hacer malabares para armar un equipo que fuera medianamente competitivo y no siempre los resultados lo acompañaron. Como si fuera una señal del destino, fue en esos días de incertidumbre en los que Diego Milito, acaso el ídolo mas importante del club en la era moderna, hizo su aparición. El camino del héroe siempre comienza con un desafío. En cuanto al club, el 29 de diciembre del 2000, entre gallos y medias noches y en una maniobra para nada clara, la justicia le otorgó a Blanquiceleste SA el gerenciamiento de Racing Club por 10 años, iniciándose así un idilio intenso y efímero, y que, a la larga, le traería otro fuerte dolor de cabeza a los hinchas. Pero esa es otra historia.

Diego Milito empezó a escribir su historia en esos días de caos pre-revolucionario.

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