Rock & Roll: diez meses de Maradona y Bilardo en Andalucía

Diego festejando uno de sus siete goles en Sevilla.

El 22 de septiembre de 1992 el mundo del fútbol se sacudió hasta los cimientos con la noticia de que Diego Armando Maradona era nuevo jugador del Sevilla FC. Después de una larga sanción por doping positivo, después de que los medios argentinos congregados en la puerta del edificio de la calle Franklin se engulleran al Pibe de Oro y escupieran al drogón, al putañero, al mal ejemplo, el astro elegía un inusual destino para escribir una de sus tantas resurrecciones. Su salida del Nápoles no fue sencilla. Diego quería irse de Italia, pero no lo dejaban. Necesitaba escapar de aquella aldea del sur que lo había designado su santo patrono, su general cinco estrellas y su vocero ante la opinión pública. Mucho peso para los hombros de un futbolista que ya cargaba con la responsabilidad de ser la única fuente de alegría de un país entero. Fue en esos años de gloria y patadas, de pleitesía y camorra, donde Pelusa comenzó a esfumarse y Maradona ocupó cada vez más espacio de una habitación en la que no cabían dos. Pero Corrado Ferlaino no estaba dispuesto a perder.

Pese a que el nuevo entrenador del cuadro napolitano, Claudio Ranieri, había dicho públicamente que no lo tendría en cuenta, el presidente del Nápoles defendió con uñas y dientes a su gallina de los huevos de oro. Incluso lo convocó para la presentación del uruguayo Daniel Fonseca, la nueva adquisición del club. En los códigos del barrio -que siempre fueron los que rigieron la vida de Diego- llamarlo para el show después de meses de desplantes y evasivas era una descarada tocada de culo.

Fueron épocas de arduas negociaciones, donde Maradona incluso amenazó con dejar el fútbol y, de paso, dejar en evidencia a un poder que la tenía jurada. Los 15 meses de sanción habían sido la manera con la que FIFA intentó doblegar al díscolo atleta, pero el tiro les salió por la culata. Diego era la piedra en el zapato de Joao Havelange, en un momento en el que el presidente de la FIFA intentaba vender un producto llamado fútbol. Un cabecita negra con tendencia a tirar trompadas hacia arriba -nunca hacia abajo- no era la imagen propicia para convencer a inversores estadounidenses o japoneses. Pero Maradona era Maradona, y a la hora de la verdad, Havechange no podía –ni quería- darse el lujo de no tenerlo entre sus activos más preciados.

En esos momentos, el club que parecía más cerca de contratarlo era el Olympique de Marsella. Cuadro histórico del fútbol francés, de la mano de su polémico presidente, Bernard Tapie, esta institución ejercía por esos años un domino similar al que hoy ostenta el PSG de capitales qataríes. Cada vez que ganaba el Olympique, Tapie -que además de empresario y circunstancial dueño de Adidas fue actor, presentador de TV, cantante y ministro de François Mitterrand- organizaba fiestas en los más exclusivos boliches de la ciudad a la que concurrían, además de sus jugadores, las estrellas de la televisión y el cine. Ya en 1991, el Marsella había estado interesado en fichar a Diego, pero en ese momento Ferlaino ni siquiera se dignó a considerarlo. Pero ahora, y pese a que el presidente del Nápoles todavía intentaba retener al jugador, la situación era distinta.

Tapie, necesitado de un golpe de efecto, ofreció a Maradona una fortuna incalculable y todas las facilidades del mundo: una villa privada en la exclusiva Costa Azul, traslados en helicóptero desde su casa al entrenamiento, etcétera. Todo lo que Diego quisiera, el bueno de Bernard lo conseguiría. Sin embargo, la opción no le terminaba de cerrar al jugador. En ese momento, Diego intentaba dejar atrás su adicción y el clima de descontrol de Marsella, históricamente considerada la ciudad más peligrosa de Francia, no ayudaba a esta cuestión. Las tentaciones allí podrían ser muchas y muy variadas. También estaba el tema de adaptarse a otro idioma, a otro fútbol que, aunque más tranquilo, no era tan competitivo como el italiano. Finalmente, en esos días donde Diego jugaba un partido a tres bandas entre Buenos Aires, Nápoles y Zúrich, apareció un salvador.

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La llegada de Carlos Bilardo al banquillo del Sevilla comenzó a gestarse en mayo de 1992. Por ese entonces los medios españoles ya hablaban de un interés concreto por parte del club andaluz, pero el presidente de la entidad, Luis Cuervas, se encargaba de desmentir la información cada vez que podía para no generar demasiadas expectativas. Los ánimos estaban muy caldeados en el estadio Sánchez Pizjuán debido a que el equipo venia de hacer la peor campaña de los últimos 15 años –en la temporada 1991/92 terminó duodécimo- pese a haber invertido más de 600 millones de pesetas en las contrataciones de Iván Zamorano, Davor Suker y Željko Petrovic. La mediocre performance del team sevillista desembocó en una renovación absoluta del plantel y jugadores importantes como el uruguayo Pablo Bengoechea y el capitán José Antonio Salguero García fueron transferidos. Ante este panorama, la cautela del presidente Cuervas para manejar las negociaciones con el Doctor eran más que entendibles. Anunciar la posible llegada de un entrenador campeón del mundo y que esta finalmente no se concrete –había diferencias en lo económico que dilataban las negociaciones- no haría más que darle otro motivo de descontento a los aficionados.

¿Y en que andaba Carlos por esos días? Tras sus epopeyas al frente de la selección nacional este había decidido parar la pelota por un tiempo y dedicarse a otra de sus grandes pasiones: la docencia. Ya cuando dirigía en el fútbol colombiano Bilardo había tenido la idea de fundar academias para la formación de los futbolistas del mañana y ahora, con el prestigio de ser campeón y sub-campeón del mundo, ese viejo anhelo podía hacerse realidad. En 1991 la Escuela Internacional de Fútbol Carlos Bilardo (EIFCB) abrió sus puertas con dos centros, uno en club Comunicaciones y otro en el club GEBA, pero rápidamente el proyecto creció. Para 1992 ya había sucursales en distintos puntos del conurbano bonaerense así como en otras provincias como Córdoba, Tierra del Fuego, Entre Ríos y Misiones.

La Escuela Internacional de Fútbol Carlos Bilardo, un proyecto en el que el Doctor puso todo su esfuerzo.

Pero lo más importante, la EIFCB ya había traspasado las fronteras argentinas y tenía centros en Estados Unidos y Japón. Particularmente en la Tierra del Sol Naciente fue donde su prédica estaba siendo más escuchada. En ese entonces la federación japonesa ultimaba detalles para lanzar la J-league, su nueva liga profesional, y Carlos había sido invitado en varias oportunidades para dar charlas y cursos. Sus constantes viajes a Japón incluso despertaron la curiosidad en el periodismo político. Bernardo Neustadt, el operador mediático por excelencia del gobierno de Carlos Saúl Menem, solía decir en sus programas: “¿Por qué no lo siguen a Bilardo? Esto es el futuro. El está abriendo caminos a China, Japón y Corea”. 

Para el entrenador campeón del mundo, sus escuelas representaban mucho más que un negocio. “Nadie entendía la satisfacción que me estaban dando estas escuelas. Yo disfrutaba muchísimo viendo a los chicos entrenarse, relacionarse con nuevos compañeros, prepararse para los viajes, compartir el fútbol con todos de sus familiares. Todos los meses, cada centro organizaba charlas con los padres de los alumnos, para informar sobre su estado y su evolución, pero también para saber cómo avanzaban sus estudios. Una de las condiciones para aceptar a un chico era que cumpliera regularmente con sus estudios primarios y secundarios” explicó el propio Bilardo en su autobiografía, Doctor y Campeón.  Tan compenetrado estaba en su nuevo rol que incluso rechazó la posibilidad de ser entrenador de Nacional de Uruguay.

Pero, más temprano que tarde, las aspiraciones pedagógicas de Carlos Bilardo quedaron truncas. A medida que su emprendimiento crecía, el entrenador comenzó a buscar una locación más acorde a sus necesidades. Por esta razón, en 1992, la Escuela Internacional de Fútbol Carlos Bilardo se presentó a una licitación de la Municipalidad de Buenos Aires para quedarse con un gran predio en el barrio de Palermo. Por ese entonces, el intendente de la Capital Federal era designado por el presidente –la autonomía llegó recién en 1994 con la reforma de la Constitución Nacional- y quien ocupaba el puesto era el menemista Saúl Bouer. Pese a que su proyecto era considerado mucho más interesante y estaba mejor desarrollado que el de sus competidores, Bilardo no ganó la licitación. El entrenador, convencido de su pliego había sido volteado injustamente, impugnó el proceso, hizo una presentación en la justicia e incluso intentó hablar con las autoridades políticas de la ciudad. Nadie le dio una respuesta. Su amargura fue tal que, cuando Cuervas lo llamó para sentarse a negociar, no lo dudó ni un segundo y se subió al primer vuelo que lo llevaba a Sevilla.

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El sábado 11 de julio de 1992 Bilardo oficialmente comenzó su ciclo al frente del Sevilla Fútbol Club. Y sus primeras impresiones no fueron buenas. En su opinión, en la plantilla no había demasiadas figuras como aspirar a pelear en la parte alta de la tabla. De hecho, unos días antes de su llegada, el Real Madrid se había quedado con la ficha de Iván Zamorano, un jugador con el que el Doctor contaba para la temporada. Para peor, de la larga lista de refuerzos que le había entregado a la dirigencia sevillista, solo se habían concretado dos: el mediocampista Bango y Diego Simeone. El Cholo era un viejo conocido suyo y llegó procedente del Pisa de Italia por 160 millones de pesetas.

Aunque Maradona no figuraba en ese listado de posibles fichajes, Bilardo comenzó a fantasear con la idea de tenerlo en su equipo cuando se conoció la noticia de que el astro podría retirarse si no se destrababa su salida del Nápoles. Fue así que se animó a sugerirle a Marcos Franchi y Daniel Bolotnicoff, agente y abogado de Maradona respectivamente, que el club español era el lugar perfecto para que el Diez retome su carrera: “Fijense si puede hacer algo, yo creo que este es club es ideal para Diego. Acá no hay presión, no piden campeonatos, pero creo que, con él, podemos hacer grandes cosas”.

Al futbolista inmediatamente le sedujo la idea. Primero y principal, porque quien lo buscaba era el estratega que mejor supo interpretarlo, pero, además, volver a España implicaba una especie de revancha. Los años en Barcelona no fueron alegres y esa tristeza se reflejó en el campo de juego. Tuvo momentos sublimes, pero convivió demasiado con la desgracia. La hepatitis y una fractura de tobillo producto del artero Andoni Goikoetxea no le permitieron desplegar todo el potencial de su juego. Y fue en esos días de angustia y lejanía donde conoció a la que sería su peor enemiga. Cuando partió de la Ciudad Condal en 1984, la sensación era de alivio, pero también de deuda. Ahora bien, Sevilla no era Barcelona. Pese a ser un cuadro reconocido en el fútbol español, el conjunto de Andalucía tenía aspiraciones humildes y se contentaba con aguarle la fiesta de vez en cuando a los grandes. Hasta ese momento solo había ganado una liga, en la temporada 1945/46, y llevaba más de 40 años si levantar ningún trofeo. De hecho, en esa temporada el objetivo de máxima era clasificarse a la Copa UEFA.  

Cuando Bilardo le comunicó al presidente Luis Cuervas que existía la chance de que Diego se uniera, el directivo reaccionó con emoción, pero con una cautela que rozaba el miedo. Como reconocería más tarde, en ese momento Sevilla no era la institución que es hoy en día, y la contratación del astro planteaba un panorama totalmente distinto al que estaban acostumbrados. Como primera medida, Cuervas se reunió con Sepp Blatter, por entonces secretario general de UEFA, y pidió su asistencia para destrabar la situación.

La presentación de Diego en Sevilla. Mas de 200 periodista viajaron desde Argentina para cubrir la noticia.

Mientras todo eso pasaba, el Sevilla de Bilardo debutaba oficialmente en el Trofeo Expo 92, un certamen de carácter amistoso en el que también participaron Barcelona, Atlético de Madrid, Real Betis, el Porto de Portugal y Vasco da Gama de Brasil. En su estreno el equipo dejó muchas dudas y rápidamente quedó eliminado tras un empatar con el Atlético y caer frente a los portugueses. Sumado a esto, las negociaciones por el traspaso de Diego se dilataban más de la cuenta y Carlos comenzaba a impacientarse. Como todavía no había firmado su contrato de manera oficial, la prensa española comenzó a especular que el mister podía dar el portazo si Maradona no llegaba. El propio Bilardo hizo poco por disipar estos rumores cuando, en declaraciones a Radio Continental, ató su continuidad a la llegada del astro: “Tengo pocas ganas de dirigir a este equipo cuando veo que no llegan los refuerzos que pedí y el entusiasmo de la gente no alcanza para motivarme (…) Si Diego no viene a Sevilla, me tomo un avión y me vuelvo a Buenos Aires”. Finalmente, después de arduas negociaciones que incluyeron un cambio de estrategia radical -Diego pidió condiciones demasiado excesivas al Nápoles y a los italianos no le quedó más remedio que liberarlo- Maradona se transformó en nuevo futbolista del Sevilla FC por US$7.5 millones, de los cuales el propio jugador adelantó una parte de su propio bolsillo y que luego se cobró de una serie de partidos amistosos que disputaría el equipo.

El debut frente al Bayern Münich.

La ciudad entró en una especie de trance, de excitación primitiva, y ese sentimiento se trasladaba también al vestuario. Cuando la llegada de Diego ya era casi un hecho, el entrenador reunió a toda la plantilla y les explicó el fenómeno que se desataría: “Señores, vamos a fichar a Maradona. Quiero que entiendan que Diego tendrá su sitio principal y nosotros, yo incluido, otro. Él será la figura. Necesito que entiendan esto porque ser Maradona es algo muy complicado”. Sus futuros nuevos compañeros comprendieron el mensaje a la perfección. Juan Martagón, uno de los defensores de esa plantilla, lo explicaría años más tarde en un reportaje para el diario El País: “Lo primero que hicimos fue nombrarle capitán del equipo, porque ninguno de nosotros se podía imaginar a Maradona sin el brazalete”.

La emoción se palpaba en todos los rincones de Andalucía. En el aire se percibía una sensación de épica posible. El legendario Davor Suker explicó la revolución que se desató en torno al club: “Había 2.000 o 3.000 aficionados en los entrenamientos. Maradona aparecía con el Ferrari y todo el mundo iba al aparcamiento para verle. Todos querían una foto, un autógrafo o solo hablar con él”. En solo tres días, la cuota de socios del Sevilla casi se duplicó, pasando de 26.000 a 40.000. El debut de Diego como futbolista sevillista tuvo lugar el 4 de octubre, en un amistoso frente al Bayern Munich de su amigo Löthar Matthaus disputado en el Sánchez Pizjuán. Esa tarde, el cuadro local ganó 3 – 1 y por los altavoces del estadio sonó Mi Enfermedad, la canción de Andrés Calamaro que el astro pidió que se escuchara antes y después del encuentro. Para su presentación formal hubo que esperar un poco más. Fue recién en la quinta fecha, en un partido muy especial para el Diez: Athletic de Bilbao en San Mames.

Durante su primera etapa en el fútbol español jugando para el Barcelona, el Bilbao se había transformado en poco menos que su némesis. El conjunto vasco no solo le arrebato dos ligas al Barca (1982/83 y 1983/84) sino que además también le ganó la final de la Copa del Rey 1983/84, que terminó en un escandaloso enfrentamiento entre ambos equipos y que fue, a la postre, el último partido de Maradona como jugador del Barcelona. Y como olvidar a Andoni Goiokextea, el futbolista que en 1983 le propinó una patada criminal que lo dejó fuera de las canchas por varios meses. Ese día Andoni se ganó el apodo del Carnicero de Bilbao.

Las gradas del San Mames estaban llenas y los hinchas no pararon de insultar a Diego durante todo el partido. Cantaban “Maradona, marica, te pica el gol de Endika” en referencia al jugador que había marcado el gol del triunfo en aquella escandalosa final de la Copa del Rey y gritaban “Goiko, Goiko” cada vez que el argentino tocaba la pelota. Aunque el Bilbao se mostró superior durante los primeros minutos de juego, fue el Sevilla quien abrió el marcador con un gol sobre el final de la primera mitad cuando, tras un venenoso tiro libre de Diego, el arquero local dio rebote y el balón le quedó en posición inmejorable a Marcos. En el complemento, la defensa del Bilbao fue impiadosa con Maradona y este debió salir lesionado tras una falta Andoni Lakabeg. Sin su mejor jugador en cancha, el Sevilla perdió las riendas del partido y el Athletic se lo dio vuelta 2 – 1 gracias a los goles de Luke y Ziganda. El primer gol oficial de Pelusa con la camiseta del Sevilla llegó unos días más tarde, en la victoria 1 – 0 como local ante Zaragoza. Ese día el argentino marcó de penal el único tanto del encuentro. Aunque Diego tenía casi 32 años y cargaba con la cruz de su adicción a cuestas, no ahorró esfuerzos para ponerse físicamente a la par de sus compañeros. “Lo dio todo con nosotros. Fue un año precioso. Se entrenó para perder peso, pero recuerdo cómo sufría por sus tobillos, las entradas que le hacían” rememoró Diego Rodríguez, uno de los jugadores con el que el argentino trabó mejor relación al punto de ser su anfitrión en la ciudad.

Ahora bien, si Maradona invitaba a soñar a los hinchas del Sevilla con jornadas de fútbol excelso, con Bilardo sentado en el banquillo los rojiblancos perdieron la inocencia, en el buen sentido de la palabra. Se transformaron en un equipo duro, incómodo, raspador y mañoso. El Sánchez Pizjuán dejó de ser un estadio de fútbol para convertirse en un circo romano en donde el talento y la sangre podían correr en partes iguales. De más está decir que la prensa española y los aficionados de los otros clubes no se mostraron muy contentos con el juego del Sevilla. Su contracara fue el vistoso Tenerife de Jorge Valdano. Pese a haber sido campeón del mundo bajo la tutela de Carlos, Jorge nunca ocultó su admiración por Cesar Luis Menotti y su idea de juego. Por esta razón, los medios no tardaron en reeditar el viejo antagonismo bilardismo/menottismo y el 3 de enero de 1993 se dio el tan ansiado enfrentamiento. Los de Valdano –que a la postre se salvarían del descenso y le costarían la liga al Real Madrid en la última fecha del certamen- se impusieron categóricamente 3 – 0.

Para ese entonces, la prensa -y en especial el diario El País- se habían ensañado con Bilardo y su equipo, el cual había entrado en la irregularidad que lo acompañaría durante el resto de la temporada. El punto más álgido de esa campaña anti-Bilardo se dio el 6 de febrero, cuando el Sevilla visitó al Deportivo La Coruña en Riazor. Una jugada infortunada entre Maradona y el defensor Alberto Albístegui desató una polémica mediática que resonaría a ambos lados del Océano Atlántico. Después de un lateral, Diego quiso agarrar la pelota, pero rápidamente Albistegui buscó anticiparlo. El argentino intentó llevarse la pelota con una especie de sombrero, pero le pegó en la cara a su marcador, que quedó lesionado. En ese momento el fisioterapeuta del Sevilla, Domingo Pérez, ingresó al campo de juego para atender a Maradona, pero como vio que su jugador no había sufrido ninguna lesión, concentró toda su atención en Albistegui. El gesto enloqueció a Carlos Bilardo, que desde el banquillo gritaba “¡Domingo, Domingo! ¡A Diego! ¡En vez de agarrar a Diego agarra al otro. Me quiero morir! ¡Los de colorado son nuestros!” Lejos de tranquilizarse, cuando Pérez se sentó de nuevo en el banco, el entrenador siguió amonestando a su ayudante: “¿Cómo vas a atender el otro? ¿Qué carajo me importa? Al rival pisalo. ¡Pisalo!”.

Los medios españoles y argentinos se hicieron un festín. En las horas posteriores al hecho el diario Página 12 se preguntaba “¿Cuál es el límite en la búsqueda de un resultado favorable?” mientras que los noticieros entrevistaban a colegas del Narigón para saber su opinión. A la semana siguiente, en la previa del partido ante Valencia, Bilardo ironizó ante la prensa sobre cuál sería el nuevo enfoque de su equipo. “Ahora sacaré un equipo que mire al arco, que haga espectáculo. Todo será lindo. Espero que haga buena tarde, que los pajaritos canten y las nubes se levanten. Luego, nos iremos todos al hotel, con el Valencia, para celebrarlo”, prometió el entrenador. Más allá del comentario ácido, lo cierto es que Carlos acusó el golpe y se defendió en consecuencia: “Me costó 20 años que lo entendieran en Argentina, pero pensé que en España sería más fácil por aquello de la furia española. No sé si ahora quieren cambiar, pero yo seguiré exigiendo a los míos lo máximo”.

Estas explicaciones no bastaron para el Comité Español de Disciplina Deportiva, el cual decidió sancionar al entrenador con una multa de un millón de pesetas al considerar que sus comentarios atentaban contra el buen orden deportivo. El Narigón decidió apelar esta sanción, argumentando que el castigo incumplía el artículo 24 de la constitución española que regula la libertad de expresión, el artículo 14 sobre los derechos de los ciudadanos extranjeros y el artículo 13, el cual establece que nadie puede ser discriminado por  “razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Además, presentó una gran cantidad de documentación que acreditaba que la expresión “písalo, písalo” era de uso común en el mundo del fútbol y debía entenderse en sentido figurado. El 27 de abril de 1999, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid le dio la razón al Doctor y anuló la sanción.

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Fue precisamente en ese partido ante el Valencia, que terminó en empate 2 – 2, en el  que Diego Maradona emprendió la odisea de viajar 60.000 kilómetros en un espacio de 17 días para poder jugar tanto para su club como para la selección nacional. Fue una serie de 6 partidos que empezó ese domingo 14 de febrero, siguió en Buenos Aires el jueves 18 con el empate 1-1 frente a Brasil, el cual marcó su regreso a la selección después de dos años y medio. De ahí rápidamente se subió al avión para ser parte el domingo 21 de la derrota 2 – 0 ante el Logroñés y luego regresar a la Argentina para disputar el miércoles 24 en Mar del Plata la final de la Copa Artemio Franchi frente a Dinamarca que Argentina ganó por penales. Cuatro días más tarde, Diego estaba otra vez en Andalucía para jugar frente al Athletic de Bilbao (victoria 3 – 1). El último match de ese itinerario de pesadilla fue un amistoso en Turquía ante el Galatasaray el martes 2 de marzo. Aunque lo hubiese querido, el astro no podía esquivar ese compromiso ya que de estos amistosos salía un porcentaje de su salario.

El principio del fin del ciclo de Diego Maradona y Carlos Bilardo en Sevilla comenzó a escribirse después de esos partidos. Obviamente la directiva del club no estaba contenta con los constantes viajes para ser parte de la selección, pero su mayor fuente de preocupación y enojo era la vida licenciosa del jugador. Aunque la llegada de Maradona a Andalucía estuvo pensada como el primer paso en un camino hacia la recuperación, lamentablemente el deseo de todos pronto chocó contra la pared alcahuetes que rodeaban y aislaban al ídolo. Por esta razón, el presidente del Sevilla decidió contratar a varios detectives privados para que monitoreen la actividad del jugador. En más de una ocasión, Diego llegó a los entrenamientos sin dormir y, si lo hacía, la sesión debía retrasarse porque el astro se había quedado atornillado a la cama. Por este motivo, Bilardo finalmente optó por cambiar la hora del inicio de las prácticas para ahorrarle un problema al jugador. Cuenta Juan Martagón que toda la plantilla sabía que el entreno estaba por comenzar cuando de fondo se oía el rugido del auto deportivo con el que Diego se trasladaba por Andalucía.

Desde lo deportivo, el equipo fue un reflejo de los estados de ánimo de su astro, con partidos memorables como la victoria 2 – 0 de local frente al Real Madrid de Zamorano,  Robert Prosinečki, Luis Enrique y Fernando Hierro entre otros, en la que Diego tuvo una actuación superlativa, y caídas estrepitosos como la goleada 5 – 0 en contra frente al mismo rival, pero esta vez en el Santiago Bernabeu. Pese a que el equipo una mantenía chances de clasificar a la Copa UEFA, que había sido el primer objetivo propuesto por los directivos, para mediados de junio de 1993 era un secreto a voces que la continuidad de Bilardo en el banquillo sevillista pendía de un hilo. De hecho, según contó el propio Diego en su autobiografía, Yo soy El Diego de la gente, la junta directiva le había propuesto continuar como jugador/entrenador si finalmente se concretaba el despido del Narigón. El jugador rechazó de plano la propuesta y le avisó a Bilardo lo que sucedería si el equipo no le ganaba al Burgos en la anteúltima fecha del torneo.

Para colmo de males, un infortunado golpe en un entrenamiento había resentido a Diego de una vieja lesión producto de una patada de un hincha venezolano durante las eliminatorias para México 1986. Durante toda la semana previa al partido contra el Burgos, el jugador no había podido practicar con normalidad y su presencia en el juego estaba en duda. Sin embargo, a sabiendas de que el futuro laboral de Carlos dependía de un resultado positivo, Diego igualmente pidió jugar. Durante el primer tiempo la incomodidad del futbolista era evidente. En el entretiempo Diego se lo comunicó a Bilardo y le pregunto “¿Qué hago? ¿Salgo o me infiltro?”. El entrenador optó por lo segundo. “Fui, me cazó el tordo y me metió tres inyecciones en la rodilla. Tres inyecciones, ¡me mató! Pero yo le había dado la opción a Bilardo, y tengo de testigo a (Miguel Ángel) Lemme, su ayudante, y por eso me lo banqué. Porque sentí que Bilardo me necesitaba, y yo no le podía fallar. Siempre habías sido así con él” rememoró el astro años mas tarde en su autobiografía.

Lo que pasó a continuación quedó grabado en la retina de todos. A los diez minutos del complemento, después de haber soportado tres dolorosas inyecciones en la rodilla para seguir jugando, Bilardo dispuso la salida de Diego. Maradona no lo podía cree. Con el rostro desencajado se fue hacia el vestuario a puro insulto contra el entrenador. “¡Bilardo y la puta que te pario!” se escuchó fuerte y claro por la transmisión. Lemme se fue detrás de Diego para intentar calmarlo, pero era como intentar abrazar a un león furioso. En pleno ataque de furia Maradona destrozó el vestuario y luego se fue a su casa, donde permaneció recluido sin hablar con la prensa. Al día siguiente, Bilardo se fue hasta el departamento del futbolista para intentar hablar. Quien lo atendió fue Fernando Signiorini, el histórico preparador físico de Maradona, quien hizo pasar al Doctor. “(A Bilardo) lo noté sacado, desencajado, muy excitado. Empezamos a escuchar una discusión muy fuerte, a los gritos, con insultos lanzados tanto por Diego como por Carlos. De pronto, sentimos un golpe y, de inmediato, silencio. Subimos rápidamente, muy preocupados y Diego estaba parado sobre uno de los silloncitos de la habitación, con el torso desnudo y vistiendo solo un calzoncillo ajustado, cuadrado como para boxear, muy nervioso. Bilardo, sentado sobre el suelo, la espalda contra la pared y los ojos desorbitados”, contó años más tarde el Profe Signiorini en su libro Diego desde adentro.   

El su autobiografía, Maradona asegura que Bilardo le pedía a los gritos y con lágrimas en los ojos que le siguiera pegando, pero él se detuvo porque comprendió que, pese a todo, el entrenador estaba arrepentido de haberlo arriesgado por nada ante el Burgos. El triste adiós llegó después la discusión. Aunque ya desde mayo los medios españoles daban cuenta que Diego no continuaría en el equipo en la siguiente temporada, sus últimos minutos como jugador sevillista fueron esa camita a puro insulto contra el entrenador. Aunque no fue malo, el balance final no sería tan asombroso como en otras épocas. En total, Diego jugó 29 partidos -26 de la Liga y tres por la Copa del Rey- y marcó siete goles. En cuanto a Bilardo, pese finalizar en la séptima posición y a quedarse a las puertas de la clasificación para la Copa UEFA –terminó con igual cantidad de puntos que el Atlético de Madrid, pero la diferencia de gol benefició al colchonero– este no continuó en la siguiente temporada y su lugar fue ocupado por Luis Aragonés.

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Los diez meses de Diego y Bilardo en Sevilla fueron frenéticos. Nunca la ciudad estuvo tan en el centro de todo como durante aquella temporada 1992/93. En un mundo en el que todavía faltaban dos años para la aparición masiva del internet, solo había dos atletas mundialmente conocidos por todos. Uno era Maradona, el otro era Michael Jordan. Es cierto que en lo deportivo la experiencia no fue exitosa y tanto el Diez como el entrenador cayeron presa de sus propias imprudencias, de sus propios errores de juicio. Los dos años de inactividad y la vida licenciosa le pasaron a Maradona una factura que cada vez le resultaba más difícil de pagar. Para los estándares de un futbolista de elite, Diego ya era un veterano cuya maquinaria había sido forzada al límite por demasiado tiempo. Bilardo por su parte, y fiel a su estilo, perdió demasiado tiempo en discusiones que a la postre resultaron estériles y desgastaron su imagen de cara a los aficionados. Así y todo, la estancia de ambos en Andalucía no fue solo una anécdota.

Nacido como Ramón Rodríguez Verdejo pero conocido mundialmente como Monchi, el actual Presidente de Operaciones del Aston Villa de Inglaterra fue una pieza fundamental durante los recientes años dorados del Sevilla FC. Desde su rol de Director Deportivo –trabajo al que llegó en el año 2000 con el club jugando en Segunda División-, Monchi ayudó a reconstruir desde cero un equipo que hoy ostenta el record de haber ganado siete Copas UEFA/Europa League en menos de 20 años y es uno de los buques insignia de la liga española. Durante sus días de futbolista, fue el eterno arquero suplente del Sevilla, jugando menos de 100 partidos en la década que formó parte de la plantilla sevillista. Pero el tiempo que paso calentando el banco no lo desperdició y lo utilizó para observar y aprender. Aunque dice que no compartir su filosofía de juego, Monchi señala a Carlos Salvador Bilardo como el hombre que más lo ha influenciado dentro y fuera de un campo de juego: “Era tío metódico. Muy adelantado a su tiempo. No porque usara los vídeos, que también, sino porque lo tenía absolutamente todo bajo control (…)   Era cuidadoso, como digo no dejaba nada al azar. Todos los detalles estaban controlados y esa obsesión la llevaba al extremo. Incluso lo exageraba todo. Por ejemplo, los entrenamientos tenían que verlos todos los miembros del club, los utileros, los médicos. Su teoría era que si un día se ponía malo él, y el segundo entrenador y el tercero, los tres a la vez, pues tendría que hacer el equipo el fisio y era su obligación saber cómo se entrenaba. Mira, es que hasta recuerdo de Bilardo en los hoteles que cuando todos estábamos en chanclas cómodamente, él iba en botines. Le preguntabas y te decía: ‘¿Y si arde el hotel? ¿Y si tenemos que salir corriendo? Tú en chanclas’. Lo medía todo. De repente nos llamaba para que en media hora estuviéramos todos en el estadio para ver un vídeo. Nos ponía una jugada de dos minutos y eso es lo que te llevabas para casa. Pero yo en eso soy muy parecido, me gusta tenerlo todo controlado. Igual me preocupo por cosas que son banales, pero es mi forma de concebir este deporte. Todo esto lo aprendí de él, pues estuve a su lado en el banquillo toda la temporada”.

Diego y Bilardo le mostraron al Sevilla que se podía soñar en grande y que, al menos en los papeles, esta institución podía tratarse de tu a tu con los mejores equipos de Europa. Les marcaron un norte, una aspiración a ser algo más que un equipo de mitad de tabla con circunstanciales buenas campañas. Aunque nunca con la intensidad de Nápoles, donde Maradona es un Dios que aun vive y respira en cada rincón de la ciudad, Andalucía todavía se enorgullece de haber tenido, al menos por un rato, al mejor jugador de todos los tiempos. Y con él también al entrenador que mejor supo entenderlo e interpretarlo. No por nada un grupo de hinchas creó la peña Pisalo, Pisalo.

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